ME PREGUNTABA SI EL DOLOR ES ALGO TANGIBLE...
Tengo un dolor suave pero profundo en el pecho,
siento la boca seca, estoy inmóvil. El dolor sube lento, como si quisiera ser
el protagonista de mi existencia. Sube pasando por la clavícula despacio, nota
la pequeña presión sobre mi piel, el dolor sigue luchando en mi garganta, se
avecina tormenta. El dolor mira al cielo y sonriente me hace paciente. Sin
temor, ese dolor que empezó naufragando desde la isla de mi corazón, se
extiende por mi boca, me habla: me dice que no respire, que ya no hay solución.
Se ríe, le salen a bocanadas carcajadas alentadoras que se posan sobre mis pómulos. Arden, arden de frio, el
dolor tiembla de suspicacia. Él mismo se excita al oír el trueno del silencio.
Él mismo se prende fuego manifestante de su fuerza interior; arde, quema y por
fin acomete contra mis ojos. Mi realidad inundada por el dolor. El amigo más
poderoso y fiel del hombre y de la mujer inicia una sacudida bestial contra mi
psique. El dolor sobresaltado ante la defensa de mi fortaleza, se ve
obligado a ajusticiar mi fervor. Mi
castillo se desmorona poco a poco, los resquicios de tristeza empiezan a
aparecer sin ningún desasosiego; de pronto millones de peldaños escalados con
sudor y lagrimas me arrastran hasta un pozo infinito donde el dolor tiene la
cuerda para sacarme de ahí, me mira desde dentro orgulloso de su victoria. No
ha terminado, comienza a coger aire, mucho aire, se regodea de su poder ante mí
y llega un momento donde explota; ¡bum! Mi cabeza explota haciendo que los
recuerdos se vayan muriendo poco a poco.
Mi alma ya no llora, mis ventanas tampoco, la calma
reina, demasiada calma, tanta como si alguien me hubiera arrebatado todos y
cada uno de mis sentimientos más benévolos que se encontraban en receso.
El dolor ha vencido al tiempo, ya es de noche aquí
dentro y quien sabe cuándo saldrá el sol
en el infernoso invierno de la sórdida Alaska.
Los mas
mínimos detalles de mi existen dúa llegan a mis oídos en forma de bufonadas.
Mis pies tocan tierra, las piezas pesadas encajan sobre la gravedad de mi
cuerpo. Un espejo expectante busca mi mirada con la suya, me señala y me
muestra la imagen derruida que hay junto a él. Pronto me doy cuenta de que la
imagen sigue mis movimientos y curiosidades. Así mismo la luz me hace visible,
la luz me ciega. La silueta juega con la torre, cabalga al caballo, se adentra
en mi territorio, se come a mis hijos y mata mis farolillos sucumbiendo el
juego a una oscuridad alumbrada por su ejército. ¡Jaque mate! Grita derrumbando al rey con su enorme ambición.
Se abre la puerta, se cae todo a mi alrededor solo
quedo yo que me sostengo sobre la lluvia de realidad que acaba por anunciar su
entrada triunfal, adentrándome en un nuevo día.
Salgo por la puerta dejando atrás una batalla campal,
lucho contra ellos para que no puedan salir tras ella. Voy sorteando los
charcos de realidad que me encuentro por el camino. Veo dragones convertidos a
ceniza. Veo aviones a punto de caer aterrorizados. Ante el esperpento, mis
oídos ven como dos objetos sonantes en su vida se posa sobre ellos. La música
mece mis sentimientos y sin darme cuenta piso un charco.
Corro para no llegar tarde, corro para no llegar
tarde al futuro. Me siento, observo, me miran, les miro. Me voy de viaje a
Montclair, subo en la primera página y me acomodo junto a los demás personajes.
Un trayecto largo, hay que llegar en menos de veinte páginas. Mi corazón me
alerta, me avisa de que tus ojos están fijos en mi mirada, soplo con fuerza,
quiero llegar, quiero verla. Desisto. Sus ojos se alejan y de pronto, adiós.
Tus ojos han desaparecido. Que es de mi sin tus ojos, jadeante de cansancio
bajo de soslayo al reverso.
Las voces miran, las escucho. Atentos. Suena un
golpe fuerte y seco, ha pasado un minuto. Marcan las ocho, hora del baile de
las abejas fervientes de un gran banquete junto a unas flores hermosas.
Silencio. Elevo la cabeza hacia abajo observando mis zapatos. TIC, TAC. Llego tarde. Átate los
cordones. Te caes. Te derrumbas. Las cuerdas atadas a mis pies. TOC, TOC. ¿Quién es?, llegas tarde,
siéntate. Los obreros salen del estuche trayendo consigo un gran arsenal de
colores. Todo se hace sordo, ha terminado la jornada, un bocadillo y para casa.
Se quejan del calor y silban al ruiseñor.
Tumultos de gente
impaciente por reconocerse; besos, abrazos y en ocasiones arañazos. Me subo a
mis parpados y la gravedad hace el resto. Estoy despierta con los ojos
cerrados. El viento cambia de posición, hacia el norte chubascos, hacia el sur
humedad y hacia dentro bruma, casi niebla. Una sonrisa falsa despreocupada, un
saludo falso sin controversia. Discordia en el interior de mi cabeza.